Imagine un mundo donde su smartphone sea capaz de leer su
mente. Que justo cuando usted decide mover un dedo para borrar un
mensaje, el móvil ya se ha adelantado. Aunque parece un imposible, Erik
Sorto, un californiano de 34 años, lo ha comprobado por sí mismo. Cuando
tenía 21, por culpa de una herida de bala, se quedó tetrapléjico. Lleva 13 años paralizado de cuello hacia abajo
y ahora, un grupo de científicos ha logrado que pueda mover un brazo
robótico sólo pensando en ello y utilizando su imaginación.
De forma voluntaria, Erik se sometió a una cirugía experimental en el Hospital Keck de USC el 17 de abril de 2013. Tal y como relata un artículo que publica esta semana la revista Science, en unas cinco horas, los cirujanos le implantaron dos conjuntos de microelectrodos
(elaborados por la Universidad de Utah) en el cerebro, con el objetivo
de registrar pulsos de electricidad de las neuronas cerebrales (a través
de casi 100 puntos de contacto) con los que poder movilizar un brazo
biónico externo, situado a su lado.
A diferencia de otros ensayos con pacientes amputados y con parálisis
cerebral, en lugar de realizar los implantes en las áreas motoras,
responsables directas del movimiento, los autores de la intervención los colocaron en la corteza parietal posterior,
una zona relacionada con los procesos de planificación y control de las
funciones motoras voluntarias que hasta ahora no se había utilizado
como lugar de implantación. Esta región controla "nuestra intención de
movernos, lo que podría lograr movimientos [del brazo robótico] más
naturales y fluidos", argumenta el investigador principal, Richard
Andersen, del Laboratorio Caltech. En estudios con animales, se ha visto
que "la corteza parietal posterior transmite la intención de movimientos
a la corteza motora y, a través de la médula espinal, las órdenes del
cerebro llegan a los brazos y las piernas", encargadas de ejecutar la
acción.
En los pacientes como Erik, la lesión en la médula impide la transmisión de la información desde el cerebro hasta las extremidades,
y ahí entran en juego los implantes neuroprotésicos. En los
experimentos realizados hasta la fecha, centrados en la corteza motora,
para coger un vaso, el paciente tenía que ir pensando por secuencias:
elevar el brazo, extenderlo, coger el vaso, cerrar la mano para
sujetarlo... Un ordenador se encargaba de descodificar los pulsos de
electricidad de las neuronas cerebrales cuando el paciente enviaba con
su cerebro diferentes órdenes a sus brazos. Una vez trazados estos
algoritmos informáticos, se transmitían las distintas posibilidades a la
prótesis robótica diseñada, de forma que ésta reconociera cuándo la
persona activaba su corteza cerebral para hacer uno u otro movimiento
(levantar el brazo o girar la muñeca).
Con la intención de mejorar la versatilidad de los movimientos
originados por las neuroprótesis, Andersen y sus colegas han apostado
por comprobar el efecto de los microchips implantados en la corteza
parietal posterior. Las matrices de los microelectrodos están conectadas por un cable a un sistema de ordenadores
que reciben y procesan las señales recogidas en esta parte del cerebro,
y traduce así la intención del sujeto en instrucciones para el brazo
robótico (desarrollado en la Universidad Johns Hopkins).
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